Era difícil hacerse escuchar entre aquel jaleo de voces, aún así se esforzó una vez más para convencer al irritado pueblo. -Pero qué es lo que buscáis, exterminarlos a todos si queréis, pero vuestra hambre será la misma- prosiguió, acallando a las voces más fuertes -¿qué es lo siguiente que haremos? ¿Comérnoslos?. No son los gatos los que nos quitan nuestros derechos, ni vuestra comida...-.
-Basta de discursos, chaval, y deja ya de defender a esas criaturas del diablo, se extienden como una plaga, ¡son peores que las ratas!- interrumpió el antiguo cura, con voz ronca-. Además, todos hemos visto como les das de comer en los callejones- a esto le siguió un “¡es cierto!” casi unánime.-Seguro que tú sabes donde se esconden-. Esa acusación cogió desprevenido al joven. Se quedó durante unos segundos sin palabras, tiempo suficiente para que algunos hombres se le fueran acercando lentamente con arduas intenciones.
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